jueves, 7 de enero de 2010

Extraña compañía

















De repente abrí los ojos esta mañana, aún estaba oscuro, porque no se presentaban los rayos del sol en forma clara. Intenté mirar más allá de lo que la luz de mis ojos proyectaba, pero debido a tanta oscuridad, no pude ver nada. Caminé lentamente hasta tocar el picaporte, y lo abrí inclinándome sobre mi porte. Salí de mi cuarto un poco asustado, y descubrí que una sombra se encontraba del otro lado. Lentamente me moví hacia ella, pensando que quizá fuese la sombra de una estrella. Cada paso que daba se vislumbraba una luz bella, al punto que llegue a pensar que fuera el brillo que me regalaba el pelo de una doncella. Cuando di el último paso lo pude descubrir, era la sombra que la luna reflejaba en mi jardín. La miré enamorado cual mirada fingida de una actriz, y supe entonces que esa noche ya no era gris.
Con la presencia de la luna en mi jardín, yo me puse alegre y me reí, pude hablar con ella por un rato, y sentirme acompañado en un momento grato. Le conté mis problemas como si fuese mi amiga, y tan solo me devolvió su luz generando entre nosotros una sintonía. Me sentí libre y descargado. Me sentí bien a su lado. Así que cuando el sol se hizo presente la despedí con el saludo de mi mano, y en ese momento me sentí un poco raro, porque sin darme cuenta, o quizás enamorado, ya era de día, y la luna, no estaba más a mi lado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario